Este libro coincide con la ya incuestionable necesidad de ampliar las funciones de la escuela y, también, con las voces que aseguran que mientras los centros educativos no procuren el bienestar socioafectivo de quienes la integran tienen cada vez más difícil su tarea. Partiendo de una visión innovadora de la acción psicopedagógica, se propone una escuela más centrada en el alumno y sus procesos. La orientación, entendida en toda su amplitud, es mucho más que el proceso de apoyo a las personas cuando de modo explícito deben tomar decisiones. Por eso no es el cambio de escuela o la elección de estudios futuros lo que centra la atención de los autores, que, con valentía, postulan precisamente lo contrario: la orientación debe ser entendida como la concreción profesional de la tarea educativa del docente. El acompañamiento personalizado de los alumnos, el apoyo a sus procesos de crecimiento y de desarrollo, se convierten así en algo no accesorio, añadido a la función principal de enseñar, sino en el eje central de su trabajo.
Por esta razón se redimensiona el concepto de tutoría y de acción tutorial, traspasando los límites del aula y grupo, para plantearse el modo en que toda la escuela sea centro orientador. O lo que es lo mismo, la manera de que toda la escuela sea el espacio de relaciones en el que los diferentes profesionales, desde el conserje a la dirección, hagan posible que sus alumnos encuentren ayuda y recursos para desarrollar su autonomía y construir su itinerario personal. Lo bueno de la propuesta, sin desestimar el trabajo de conceptualización, es que no es teoría. Se trata de un proyecto real, sin duda transferible a otros centros educativos, que muestra cómo la orientación puede ser el motor de la escuela.